A partir del instante
en que el hombre comenzó a ordenar sus cavilaciones y aprendió a estructurar el
pensamiento, puede decirse que existe evidencia de su interés por el tema del
amor. Desde la Grecia antigua, pasando por Santo Tomás, Shakespeare, Ortega y
Gasset con su Estudio sobre el amor, solo por citar al boleo alguna referencia, el amor ha sido un tema recurrente, el
lugar común de las disertaciones filosóficas, en la empecinada búsqueda del menos
común de todos los lugares, la felicidad.
Siguiendo el ejemplo de Blaise Pascal, el polifacético sabio
francés que vivió en el siglo XVII, cuando manifestó: “Si apuestas a la
existencia de Dios y Dios no existe, no pierdes nada; pero si Dios existe, lo
ganas todo”. Quizás valga la pena hacer un esfuerzo por explicar lo inexplicable, pues el tiempo que
se invierta en darle sentido a lo que en realidad no lo tiene, puede ayudarnos
a alcanzar esa maravillosa quimera conocida con el nombre de felicidad.
El amor, esa fuerza indetenible que hace que todo sea
posible. El más codiciado de todos los bienes. La más escurridiza de de todas
las posesiones. Esa sensación delirante que puede ser al mismo tiempo arma
homicida o bálsamo sanador, almíbar o hiel.
Su habilidad para camuflarse y pasar inadvertido, nos lleva
con frecuencia a equivocarnos; a confundirlo con otros sentimientos de menor
valía; a embriagarnos en la ilusión de la copia burda, a cegarnos con el brillo
engañoso del metal innoble.
El amor, cosa loca que arrastra y subyuga, que inspira y
enloquece, pero que por sobre todo da sentido a la existencia, transformándola
en algo más digno de ser vivido.
Basándonos en la humilde experiencia acumulada con el correr
de los años, vamos a racionalizar aquello que no obedece a razón alguna, con la
inútil esperanza de proveernos de algunos tips
que nos sirvan para reconocerlo y por supuesto atraparlo:
1.
Nunca viene en empaque individual,
siempre se presenta en combo.
El
amor no es verdadero si no se puede compartir. La palabra enamora-dos no es
casual. Si el amor pudiera desarrollarse desde una perspectiva individual, y en
la práctica convertirse en una suerte de acción onanística de goce, se llamaría
enamora-uno. Pero esa palabra no existe, y mucho más allá del hecho lingüístico,
estaría la imposibilidad de ser compartido al apresarlo entre las estancas paredes
del yo.
2.
Es un sentimiento endógeno con
implicaciones exógenas.
El
amor nace y crece en tu interior propiciando cambios que se hacen evidentes en
el exterior. Esto lo explica con claridad Melvil Udall (Jack Nicholson) en la
película As good as it gets, cuando
le manifiesta sus sentimientos a Carol Conelly (Helen Hunt) diciéndole: “Tu me
haces ser un hombre mejor”
3.
No es el rayo que nos golpea cuando
menos lo esperamos. La chispa que se enciende al cruzar una mirada. Es la
acción razonada, cultivada con el trato y que germina bajo la constancia del
cariño mutuo.
El
rayo que aturde, la braza que quema, el espejismo que obnubila. Es el disfraz
preferido de la pasión, del deseo. Otros sentimientos que nos estremecen y nos
elevan, pero que tienen la misma particularidad de la función Delta de Dirac,
de magnitud infinita y duración efímera.
Una
relación fundada en esos sentimientos puede eventualmente convertirse en amor,
aunque esto no es lo que regularmente ocurre. El amor necesita de la pasión, administrada
con meticulosa precisión, requiere de maestría y constancia para logar que la
mezcla se amalgame a fuego lento, logrando que el alma se desee con la misma
intensidad que se desea el cuerpo.
4.
Para asumir el amor se requiere de una
alta dosis de coraje.
Hay
que tener fortaleza para vencer el miedo que genera lo desconocido, para
afrontar la posibilidad del rechazo, el dolor que conlleva una ruptura.
Sobre
todo se requiere de mucha valentía para volver al amor. Como diría Fito Páez, El amor después del amor. La negación de
lo fáctico, la apertura hacia lo posible.
5.
Apostar por el amor, con certeza plena
de que el amor acaba, que no tiene garantías.
En
este sentido, el amor es una decisión. Es asumir el reto de dar sin la garantía
eterna de recibir.
6.
Y para finalizar, no porque esto termine
aquí, sino por no encontrar más pendejadas que referir. Necesariamente
no se ama a la persona que más nos conviene, se ama a quién nos produce mayor
felicidad.
Dame una señal que evidencie que me
amas y todo será posible.
Cree menos en tus paradigmas y más
en John Lennon:
“All you need is love”
Dame una señal que evidencie que me
amas y todo será posible.
No te dejes engañar por el
espejismo de lo utópico, lo inalcanzable.
Dame una señal que evidencie que me
amas y todo será posible.
No temas herirme. Conozco los
riesgos que la posibilidad de amar conlleva.
Dame una señal que evidencie que me
amas y todo será posible.
No subestimes lo que siento, no lo
confundas con ilusiones, con fantasías.
Dame una señal que evidencie que me
amas y todo será posible.
No me preguntes por qué, te juro
que no lo sé, solo tengo certeza de lo que siento.
Dame una señal que evidencie que me
amas y todo será posible.
Ten el coraje de abrir las puertas
de tu corazón.
Dame una señal que evidencie que me
amas y todo será posible.
Arriésgate ante la efímera
posibilidad de alcanzar la felicidad.