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martes, 22 de julio de 2014

Información sobre "La noche del animal de luz"


Estimados amigos.


Con mucho agrado comparto con ustedes la noticia de la puesta en el mercado de mi libro "La noche del animal de luz".

Este intento de comercialización "independiente" es un experimento en el cual me he encaminado dada la dificultad actual para realizar ediciones de la forma tradicional.

Les comento que mi primer libro: "Dípticos en el parque y otros cuentos urbanos" está en manos de la editorial Equinoccio (Universidad Simón Bolívar) desde finales del año 2012, con promesa de edición para el año 2015, pero en las circunstancias actuales, con los problemas del papel (y tantos otros), no sé qué será de la vida de este proyecto.

Por ello decidí transitar por esta vía, para ver qué resultados obtenía.

Por lo anterior les pido su apoyo difundiendo el link entre sus contactos y escribiéndome para decirme que cosas consideran negativas en esta manera de editar, o consideran constituye un problema para su adquisición. Eso sería de gran ayuda. 

Finalmente les reitero que mí primer libro de cuentos: "La noche del animal de luz" ya está disponible y pueden adquirirlo por el link de Libros en red: 

La obra, en formatos digitales PDF y ePUb. También en formato tradicional en papel (el peso del libro es de 175 gramos). Ya saben entonces que se encuentra a la venta en el sitio de LibrosEnRed. El link es:


 o si lo prefiere por intermedio de Paypal por la dirección


Esta es una pequeña sinopsis para que sepan de qué va el libro:

“La noche del animal de luz es el compendio de trece cuentos inéditos escritos por José Rivera, una nueva voz dentro de la narrativa venezolana.  

Las historias que relata Rivera tienen como hilo conductor al ser humano, sus pasiones, sus sentimientos más íntimos, quizás los mismos que lo alejan de esa luz a la cual está predestinado y lo convierten en un animal depredador.

Según el escritor Pedro Plaza Salvati, quien prologa el libro, se trata de “un libro con amígdala”: “Si de algo se trata La noche del animal de luz es de fluidos corporales. Estamos ante una obra que no da tregua, en la que sus personajes son víctimas y victimarios al mismo tiempo, como el relato del médico podiatra trastornado por la belleza de los pies de una paciente”. Personajes atormentados por obsesiones, por deseos inconfesables o defectos físicos que los hacen diferentes y que los empujan a actuar al margen de lo aceptado, casi todos sufren alguna metamorfosis. Son seres cuyo accionar sigue el ritmo de una partitura que marca el compás de sus vidas.

Esta obra marca el inicio de la carrera de un escritor que promete darnos de qué hablar.

Abrazo grande para todos, espero su apoyo y corran la voz.

Chepo (José Rivera)


miércoles, 11 de junio de 2014

PENDEJADAS EN RELACIÓN AL AMOR Y LA FELICIDAD



       A partir del instante en que el hombre comenzó a ordenar sus cavilaciones y aprendió a estructurar el pensamiento, puede decirse que existe evidencia de su interés por el tema del amor. Desde la Grecia antigua, pasando por Santo Tomás, Shakespeare, Ortega y Gasset con su  Estudio sobre el amor, solo por citar al boleo alguna referencia, el amor ha sido un tema recurrente, el lugar común de las disertaciones filosóficas, en la empecinada búsqueda del menos común de todos los lugares, la felicidad.
         Siguiendo el ejemplo de Blaise Pascal, el polifacético sabio francés que vivió en el siglo XVII, cuando manifestó: “Si apuestas a la existencia de Dios y Dios no existe, no pierdes nada; pero si Dios existe, lo ganas todo”. Quizás valga la pena hacer un esfuerzo por  explicar lo inexplicable, pues el tiempo que se invierta en darle sentido a lo que en realidad no lo tiene, puede ayudarnos a alcanzar esa maravillosa quimera conocida con el nombre de felicidad.
         El amor, esa fuerza indetenible que hace que todo sea posible. El más codiciado de todos los bienes. La más escurridiza de de todas las posesiones. Esa sensación delirante que puede ser al mismo tiempo arma homicida o bálsamo sanador, almíbar o hiel.
         Su habilidad para camuflarse y pasar inadvertido, nos lleva con frecuencia a equivocarnos; a confundirlo con otros sentimientos de menor valía; a embriagarnos en la ilusión de la copia burda, a cegarnos con el brillo engañoso del metal innoble.
         El amor, cosa loca que arrastra y subyuga, que inspira y enloquece, pero que por sobre todo da sentido a la existencia, transformándola en algo más digno de ser vivido.
         Basándonos en la humilde experiencia acumulada con el correr de los años, vamos a racionalizar aquello que no obedece a razón alguna, con la inútil esperanza de proveernos de algunos tips que nos sirvan para reconocerlo y por supuesto atraparlo:

1.     Nunca viene en empaque individual, siempre se presenta en combo.
El amor no es verdadero si no se puede compartir. La palabra enamora-dos no es casual. Si el amor pudiera desarrollarse desde una perspectiva individual, y en la práctica convertirse en una suerte de acción onanística de goce, se llamaría enamora-uno. Pero esa palabra no existe, y mucho más allá del hecho lingüístico, estaría la imposibilidad de ser compartido al apresarlo entre las estancas paredes del yo.

2.     Es un sentimiento endógeno con implicaciones exógenas.
El amor nace y crece en tu interior propiciando cambios que se hacen evidentes en el exterior. Esto lo explica con claridad Melvil Udall (Jack Nicholson) en la película As good as it gets, cuando le manifiesta sus sentimientos a Carol Conelly (Helen Hunt) diciéndole: “Tu me haces ser un hombre mejor”

3.     No es el rayo que nos golpea cuando menos lo esperamos. La chispa que se enciende al cruzar una mirada. Es la acción razonada, cultivada con el trato y que germina bajo la constancia del cariño mutuo.
El rayo que aturde, la braza que quema, el espejismo que obnubila. Es el disfraz preferido de la pasión, del deseo. Otros sentimientos que nos estremecen y nos elevan, pero que tienen la misma particularidad de la función Delta de Dirac, de magnitud infinita y duración efímera.
Una relación fundada en esos sentimientos puede eventualmente convertirse en amor, aunque esto no es lo que regularmente ocurre. El amor necesita de la pasión, administrada con meticulosa precisión, requiere de maestría y constancia para logar que la mezcla se amalgame a fuego lento, logrando que el alma se desee con la misma intensidad que se desea el cuerpo.
4.     Para asumir el amor se requiere de una alta dosis de coraje.
Hay que tener fortaleza para vencer el miedo que genera lo desconocido, para afrontar la posibilidad del rechazo, el dolor que conlleva una ruptura.
Sobre todo se requiere de mucha valentía para volver al amor. Como diría Fito Páez, El amor después del amor. La negación de lo fáctico, la apertura hacia lo posible.

5.     Apostar por el amor, con certeza plena de que el amor acaba, que no tiene garantías.
En este sentido, el amor es una decisión. Es asumir el reto de dar sin la garantía eterna de recibir.

6.     Y para finalizar, no porque esto termine aquí, sino por no encontrar más pendejadas que referir. Necesariamente no se ama a la persona que más nos conviene, se ama a quién nos produce mayor felicidad.  





Dame una señal que evidencie que me amas y todo será posible.
Cree menos en tus paradigmas y más en John Lennon:
“All you need is love”
Dame una señal que evidencie que me amas y todo será posible.
No te dejes engañar por el espejismo de lo utópico, lo inalcanzable.
Dame una señal que evidencie que me amas y todo será posible.
No temas herirme. Conozco los riesgos que la posibilidad de amar conlleva.
Dame una señal que evidencie que me amas y todo será posible.
No subestimes lo que siento, no lo confundas con ilusiones, con fantasías.
Dame una señal que evidencie que me amas y todo será posible.
No me preguntes por qué, te juro que no lo sé, solo tengo certeza de lo que siento.
Dame una señal que evidencie que me amas y todo será posible.
Ten el coraje de abrir las puertas de tu corazón.
Dame una señal que evidencie que me amas y todo será posible.
Arriésgate ante la efímera posibilidad de alcanzar la felicidad.

martes, 7 de enero de 2014

SOBRE LA PATRIA, EL EXILIO Y LA DIGNIDAD


Aunque mi vida nunca ha estado regida por lo fantástico, a veces ocurren coincidencias que te hacen creer en la existencia de algo más allá de lo racional. Fuerzas que están por encima del principio de acción y reacción, de la simplista concepción de que todo tiene una causa que propicia una consecuencia lógica y previsible.

Hoy cuando leía la novela de Ednodio Quintero: “Confesiones de un perro muerto”, di con un párrafo que me dejó estupefacto por la pertinencia que tiene con lo que en estos momentos ocurre en mi Patria Querida.  La novela fue publicada en el año 2006, por lo cual Ednodio tuvo que haber gestado estas líneas con mucho tiempo de antelación, lo que hace más insólita aún su actualidad. 

Cito: “…El zamuro podría competir en nobleza y utilidad con cualquier otro animal, incluyendo el imposible hipogrifo o el austral ornitorrinco. No sé por qué la heráldica ha prescindido de él, seguramente se trata de algún prejuicio. El zamuro, como la serpiente, tiene mala prensa. Creo, sin embargo, que aún estamos a tiempo de corregir semejante discriminación. Le escribiré una carta al Presidente, una carta pública y abierta ponderando los dotes y habilidades del zamuro, y le sugeriré, con mucho tacto para no desatar su ira proverbial, que en virtud del mandato que le ha concedido el soberano, y mediante un decreto ley, consagre a ese príncipe de las pestilencias como  ave nacional. Estamos hartos ya, señor Presidente, de arrendajos, paraulatas y pájaro guarandol. La patria exige un símbolo acorde a nuestra idiosincrasia, un símbolo que podamos exhibir con orgullo al lado de nuestra bandera tricolor.”

¿Por qué leí esto justamente ahora cuando nos toca ver a un grupo de coterráneos saqueando la tienda Daka de Valencia? Y esto es sólo una referencia. También puedo citar a las cientos de personas que cual zamuros hambrientos se agolpan a las puertas de cuanta tienda de electrodomésticos existe a lo largo y ancho del territorio nacional. Allí bajo la impertérrita mirada de gendarmes que muy distantes están de transformar en acción su leitmotiv, que reza: “El honor es su divisa”, esperan con voraz codicia su oportunidad de aprovechar el carnaval de golillas decretadas por el Presidente, para combatir la usura y la denominada “inflación inducida”

Al sopesar esas acciones y actitudes se generan en nuestro interior sentimientos dolorosos y agobiantes. Los “hijos de Bolívar” transmutados por la alquimia de la revolución en aves carroñeras que ríen sardónicamente sobre toneladas de basura ideológica y panfletaria.

Es inobjetable que nuestras rutinas cotidianas han cambiado en los últimos años. Nunca antes, como ahora en revolución, nos hemos hecho conscientes de los avatares de la economía y su impacto en nuestras vidas. Nunca antes, como ahora en revolución, se ha magnificado nuestro deseo de poseer objetos, artefactos eléctricos, y todo aquello que presentimos que desaparecerá del mercado o de nuestras posibilidades de adquisición. Resulta contradictorio que una revolución que preconiza la formación de “el hombre nuevo”, ese ser sublime y de amplia consciencia social, capaz de comprender que: “…aferrarse a las cosas detenidas es ausentarse un poco de la vida…”, halla gestado esta especie de catártido para el cual la filargiria y el consumismo son su razón de vida.

En esta continua “batalla social” en la que nos encontramos inmersos, la lucha más feroz es la que libramos a diario para conseguir los bienes básicos de consumo. Hasta hace poco hacer el mercado resultaba ser una actividad placentera. Hoy en día constituye un acto heroico que requiere poseer competencias de organización y logística de alta especialización, además de contar con una base de información apalancada en las redes sociales.

Una costumbre que de manera inconsciente hemos adquirido, es la de hurgar con la mirada las bolsas de mercado que cualquier transeúnte lleva consigo.  Husmear a través de su polimérica transparencia con la esperanza de descubrir la leche, la mantequilla, el aceite o cualquier otro de los rubros que cíclicamente desaparecen de los anaqueles. Si detectamos algo interesante, procedemos a interpelar al portador del objeto codiciado, e inmediatamente difundimos entre los integrantes de nuestra red las coordenadas con la ubicación del punto de abastecimiento.

La circunstancia económica actual nos obliga a vivir en un permanente estado de alerta. Al percatarnos de la  existencia de una “cola” indagar el por qué existe esa aglomeración de gente. Aunque a veces tengamos que  escuchar argumentos insólitos como por ejemplo: “Estamos esperando para ver si llega algo”.  

Un algo con una connotación mucho más profunda que la inherente al artículo del cual queremos hacernos poseedores. Un algo que parece tener su raíz en la obtención de la cosa que se tenía, que ya no se tiene y que ahora evocamos con la melancolía de aquello que poco a poco se va difuminando ante nuestra incrédula mirada, para finalmente desaparecer en el mar de felicidad decretado institucionalmente.

Un algo que huele a libertad y sabe a libre albedrío. A la posibilidad de reflexionar a distancia del pensamiento oficial sin sentir el yugo de la censura, de la represalia. O como lo interpreta Jonatan Alzuru en su tesis doctoral sobre Sábato: “…el derecho a disentir, libertad de pensar y ser, respetando de manera absoluta, universal, al otro, al hombre concreto, acompañado esto con el afán de resistir, teórica y prácticamente, los embates contra la utopía de luchar por una sociedad sin desigualdad, justa y libre.”

Peligrosamente nos estamos acostumbrando a mordernos la lengua, a  hablar bajito, a tragarnos nuestra inconformidad con el estatus quo para tener la posibilidad de obtener las sobras que nos arrojan desde al alto gobierno. A diario nos autocensuramos, sobrevaloramos la mesura y la incorporamos a nuestra manera de actuar y vivir ubicándonos en la peligrosa frontera del servilismo.

La patria, la patria querida, convertida en spot publicitario, en trampa sentimental de cursilería supina con la cual se pretende atrapar incautos apelando a premisas de orden cívico, que no pueden ocultar las costuras de una ideología militarista que propende la pugna perenne y resume su estrategia en el aforismo latino “Si vis pacem, para bellum” (“Si quieres la paz, prepárate para la guerra”). Esa guerra continúa y solapada en la cual cada día se producen bajas. Unas víctimas del hampa,  de la impunidad, del desatino. Otras porque huyen despavoridas en una desesperada lucha por la supervivencia.

La publicidad estatal nos cuenta que la patria es: “El escenario donde puedes demostrar tu talento”; “El terreno donde tus luchas son recompensadas con la victoria”. Visto desde esa perspectiva la patria puede estar en cualquier parte, y ante tanto caos, ante tanto conflicto se nos viene a la mente la idea del exilio. La posibilidad de buscar una patria nueva fuera de los límites de esta tierra de gracia, trocada en tierra de desgracias, de intolerancias, de abusos hacia todo aquel que pretenda ubicarse fuera del marco del pensamiento único.

            Ante tanto caos, tanta desesperanza, partir hacia otras latitudes luce como la actitud más sensata. Liquidar todos nuestros bienes y hacer maletas ahora que todavía esto es posible. ¿Qué nos detiene?


            Recuerdo una oportunidad hace ya muchos años (cuando todavía era un adolescente), y acompañaba a mi hermana mayor a una fiesta donde un grupo de sus amigos. Yo no conocía a nadie de los que allí estaban; sin embargo traté de adaptarme al grupo. Tomé unos tragos y cuando me sentí blindado del coraje suficiente, saque a una chica a bailar.  Según mi percepción de ese momento, quizás un poco distorsionada por los efluvios del alcohol, me pareció haberme comportado a la altura y hasta haber conseguido que ambos disfrutáramos del set que nos tocó encarar. Tan entusiasmado estaba que no dudé en sacar otra chica a bailar en el set siguiente. De esa forma continué hasta que mi cuerpo poco acostumbrado a esa actividad acusó el cansancio y entonces enfilé hacia el baño para aliviar mi vejiga y refrescarme un poco.

            Justo en ese momento la chica con la cual había bailado el primer set venía saliendo del baño e instintivamente le hice un gesto invitándola a bailar de nuevo. No puedo imaginar cual era mi aspecto, tampoco puedo saber cómo interpretó ella mi inocente solicitud de baile. Lo cierto fue que su gestualidad evidenció una inequívoca señal de desagrado.

            Ante las evidencias no insistí, seguí mi camino hacia el baño y una vez pude cumplir con mis objetivos, salí de nuevo a mezclarme con el resto de los invitados. Cuando estaba tratando de tomar una aceituna rellena de la mesa de los canapés, sentí una mano fornida que me tomaba por el hombro. Era un hombre mayor, comparado conmigo, estaba muy enojado y me conminaba a marcharme amenazándome con golpearme si no lo hacía.

Su actitud me tomó por sorpresa, no entendía nada de lo que pasaba y mucho menos podía imaginar el motivo del enojo del señor. Mi hermana intercedió en mi defensa. Habló con el hombre, quien resultó ser el anfitrión de la fiesta y padre de mi primera compañera de baile. Yo seguía desconcertado cuando mi hermana me tomó del brazo y me dijo que mejor nos marchábamos para evitar males mayores. En el lapso durante el cual me llevaba casi arrastrado hacia la salida me explicó que el señor estaba molesto porque yo le había faltado el respeto a su hija, y que lo mejor era irnos de allí. Fue entonces cuando todo comenzó a tener sentido, comprendí lo que ocurría y una sensación de indignación se fue apoderando de mí. Me zafé de las manos protectoras de mi hermana y fui a la búsqueda del hombre para explicarle lo que había pasado. Apenas me vio aproximarme y sin mediar palabra alguna me dio un golpe directo a la cara que me hizo literalmente volar por los aires. El animal me llevaba unos treinta años y más de cincuenta kilos, ¿qué otra cosa se podía esperar? Desde el suelo lo veía acercarse pero la intervención de la gente impidió que me rematara. Mi hermana gritaba que aprovecháramos para escapar, pero yo no quería huir. Fue entonces cuando grité mi verdad, no recuerdo que fue lo que dije, pero algo de mi discurso logró calar en el grupo pues algunos se fueron sumando a mi bando, lograron someter al animal y llevar las cosas hasta una situación casi normal. Estaba adolorido y mi ojo izquierdo parecía el de Rocky Balboa luego de una pelea de campeonato; sin embargo sabía que había tomado la decisión correcta, que de haber huido mi cara conservaría su lozanía original, pero mi alma sería entonces la que se encontraría aporreada, y para el alma no hay Dencorub que valga.

Quizás eso sea lo mismo que siento hoy en día y me impide optar por una opción más lógica y buscar fuera de mi patria una mayor calidad de vida. De la misma manera irracional tengo incrustada en la mente la certeza de que patria es mucho más que la definición que encontramos en el diccionario. La patria es ese nexo intangible que nos vincula a este nuestro aire, pues sólo aquí se pueden percibir nuestros aromas. Que sólo aquí están nuestros colores, nuestros sabores, los sonidos que nos hacen vibrar al escucharlos, que nos erizan la piel al percibirlos. Que sólo en estas tierras deambulan los espíritus de nuestros antepasados y que esa vinculación única e irrepetible es la que nos hace aferrarnos con uñas y dientes a esta nuestra patria querida.

Que no podemos permitir que nadie nos eche de la tierra en la cual nacimos y a la cual estamos irremediablemente vinculados. No es una cuestión de valentía, es una necesidad vital, existencial, contraria a toda lógica de sobrevivencia, a la búsqueda del confort añorado. Es la imposibilidad fisiológica de ver la patria a través de Facebook, Instagram, Skype, o cualquier otra cosa que inventen. Es la imperiosa necesidad de permanecer aquí con los pies sobre esta tierra maravillosa. Pero un permanecer activo, sumando a la tarea de alcanzar una sociedad verdaderamente justa y libre, o por lo menos actuando desde nuestra dignidad, dejando la piel en el intento.