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jueves, 18 de octubre de 2012

HUANG CHUNCAI (El hombre Elefante de China)




Franz Grillparzer




        

Huang abrió su oblicuo ojo de cíclope por primera vez en muchos días; sentía dolor; pero no le importaba porque sólo era simple dolor corporal. Guardaba en su corazón la esperanza de la reconstrucción posible, la acción milagrosa que lo apartara del abismo.

         Sabía que su aspecto monstruoso sobresaltaba los corazones de todo aquel que lo veía. Sensaciones amalgamadas, repugnancia, lástima, compasión, transitaban por el interior de aquellos hombres simples y afortunados, que lo miraban con horror. Las expresiones de sus rostros, delataban lo que sus bocas no alcanzaban a decir; sin embargo Huang, por ese paso fugaz de su ojo, agazapado entre malformaciones de carne hinchada, a través de otras miradas comprendía lo que ellos sentían y callaban. Nunca nadie esculcó en el alma de Huang, ninguno podía comprender cómo un ser así deseaba vivir: ¿por qué luchaba?, ¿por qué se aferraba a aquella existencia inerme? Nadie se planteaba descifrar la razón que lo empuja a pelear, a seguir soportando su injusto destino; su existir sin mañana, sin paraíso, sólo con la efímera posibilidad de tropezar con el amor en forma tangencial.
         Excluido, vetado del deseo, de esa fuerza animal que entrelaza alma y cuerpo haciéndonos delirar. Expoliado hasta del burdo impulso animal, corriente, breve, fugaz. Huang aguardaba, contrahecho, frágil, agónico; esperando en silencio, aferrado a un algo que ni él mismo sabía descifrar.
         Desde el dolor perpetuo de  sus heridas supurantes, sentía su paquidérmico rostro palpitar como un enorme corazón; estoico, soportaba el tormento aferrado a la ilusión.
         Por fin llegó el momento de confrontarse: como extraída de la mente de Shelley, la terrible imagen que le devolvió el cristal resultó desoladora. Entonces, Huang sintió como escapaba de su ojo de cíclope, una lágrima de horror.

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